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«El poder de los cuentos«, formación para educadores, docentes, psicólogos e instructores de mindfulness/yoga que quieren integrar a los cuentos en sus clases o en su práctica.

 

¿Qué dirías si te digo que venimos de la nada … y que nos unimos al morir nuevamente a la nada (que a la vez es el todo – algunos prefieren llamarlo Dios)? Que nuestra esencia es un puntito minúsculo de luz y energía que está unido con todo lo demás y que pertenece a la consciencia universal.

Entonces, si esto es así todo lo que he proyectado sobre mi identidad propia, ¿no es real? Esta realidad no es fácil de aceptar y requiere mucha humildad y desapego.

La identificación

Poco a poco al nacer y crecer empezamos a crear una imagen consistente de nosotros mismos. Nos identificarnos con nuestro cuerpo, con nuestros pensamientos y creencias, con nuestros emociones, con nuestra familia, con nuestras habilidades, con nuestras propiedades, con nuestros conocimientos, con nuestras actividades, con nuestra religión, con nuestros títulos y un sinfin de otros conceptos y historias. El resultado es que nos convertimos en una colección de identificaciones (el ego) y que empezamos a darnos importancia a través de ellas. Nuestro ego puede tomar fácilmente las riendas de nuestra vida. Le gusta ser el mejor y destacar de los demás.

Cuando miras hacia dentro (por ejemplo cuando meditas) puedes experimentar que no somos nuestros pensamientos, ni nuestras emociones, cuerpo u otras identificaciones. Hay otra identidad muy sútil que puede observar todas estas cosas desde algo de distancia. Existe un lugar tranquilo y silencioso dentro de nosotros, donde hay claridad y donde puedes sentir unidad.

El ermitaño – cuento Sufi

En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado el monarca al banquete, cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un pordiosero.

Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Este insólito comportamiento indignó al primer ministro, quien, ásperamente, le preguntó:

– ¿Acaso eres un visir?
– Mi rango es superior al de visir – repuso el ermitaño.
– ¿Acaso eres un primer ministro?
– Mi rango es superior al de primer ministro.

Enfurecido, el primer ministro inquirió:
– ¿Acaso eres el mismo rey?
– Mi rango es superior al del rey.
– ¿Acaso eres Dios? -preguntó mordazmente el primer ministro.
– Mi rango es superior al de Dios. Fuera de sí, el primer ministro vociferó:
– ¡Nada es superior a Dios!

Y el ermitaño dijo con mucha calma:
– Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo.

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